martes, 15 de octubre de 2013

Lucía era la lluvia

“Lucía era la tierra, Lucía era la lluvia”, así decía una canción muchos años después. Por ti, Lucía, estoy volviendo, soportando este frío, esta nevada. Lucía ha salido a su puerta a mirar la tarde. En sus cabellos la brisa se perfuma y el sol se despide sonrosando más sus mejillas. ¿Vendrá? ¿No vendrá? Dicen que los compañeros han emboscado a la tropa en la quebrada de Porcona y que a él lo enrolaron los militares luego que aquellos huyeron por el límite con Apurímac. Ahí voy Lucía a todo correr como el viento. Otra vez iremos al río a escuchar el canto de las cuculas y a embriagarnos con el olor de la floresta.


Ella sube a un altito a mirar mejor el camino. Su lliclla ondea con el viento. Nada le preocupa ahora que no sea el regreso de su amado. Eres tú la única que aun deambula por estos predios, Lucía. Todas las demás víctimas de matanza de Accomarca vagan por sabe Dios qué ignotas regiones. Pero es que tú no podías irte. Tenías que esperarlo. Tú eras su fuente, su paqarina. (“Tú eras, Lucía, la llaga herida del pueblo”.)




Lucía se ha sentado sobre una gran roca a mirar mejor el camino. Ese camino por donde ya nadie transita, salvo las lagartijas que dejan su rastro en el polvo. Ahí voy, Lucía. Estoy subiendo hacia nuestro pueblo. Ya veo los eucaliptos grandes que con sus cabelleras verdes se hunden en el cielo azul profundo. Ya voy, Lucía. Sé que me esperas trenzando tu risa en el viento, con los ojos abiertos hacia mi alma. No hay sangre en mi ropa, en mis manos, ya habrás de verme.




Y Lucía que siente su presencia cerca, en tanto su corazón se alborota, no sabe, pero algo intuye, que el Pancho cayó perforado por la bala de los mismos compañeros. Sí, el oficial nos había dicho, en cualquier momento nos toparemos con los subversivos, con los revoltosos, con esos asesinos de mujeres y campesinos. Y agregó, cualquiera de ustedes que llegado el caso se resista a matarlos, será fusilado en el acto. Pero el caso fue, Lucía, que fueron ellos, los milicianos, los que primero atacaron. Nosotros avanzábamos por un terreno llano y de pronto desde lo alto de la montaña sonó un disparo. Sentí que la bala ingresaba en mis entrañas y cómo ardía, cómo quemaba. Pero ahora ya no me duele nada, Lucía. Sé que me esperas, acaso como antes, con chicha de jora en tu cántaro de barro. Pero Lucía solo mira el camino como con sus ojos que hace lagrimear la brisa. Ahí va Lucía corriendo hacia él, que sube la loma, presuroso.




Con qué fuerza, con qué pasión nos abrazamos al encontrarnos. Así avanzan hacia la choza. Se tumban trenzados sobre el lecho y dan rienda suelta a su pasión contenida. Los cuerpos ardientes de los amantes hacen brotar chispas que incendian la casa. Los campesinos de las comunidades cercanas que la ven arder ya no saben nada del encuentro, piensan que los militares han vuelto a Accomarca a quemar la última choza que quedaba en pie…Y desde entonces, “sobre el vientre de Lucía creció la hierba” y la lluvia no dejó de caer sobre esos parajes.






Cuento extraído del libro "La Casa del Cerro el Pino" de Oscar Colchado Lucio (La Travesia Editora,2012)

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